jueves, 23 de abril de 2020

23 de abril, Día del Libro.

Un pequeño relato para el día del libro:

Mi madre trabajaba en una biblioteca. Cuando era pequeña, me llevaba los sábados por la mañana (cada 15 días le tocaba ir el sábado a trabajar) y yo me sentaba en un rincón y me pasaba la mañana hojeando libros. Claro, mi madre trabajaba en la sala infantil, ¡eso era una suerte! Recuerdo cada estantería, y dónde estaban mis libros favoritos (Asterix, Lucky Luck...). A veces mi madre me dejaba poner el sello en el libro que una persona tomaba prestado. No era todo tan moderno como ahora en nuestra biblioteca del cole, que tan sólo con escanear el código de barras del libro y el del carné del alumno ya está. Entonces los libros tenían una tarjeta metida en un sobre en la cara interna de la portada, en la que se ponía la fecha en la que había que devolver el préstamo. Y esa fecha se ponía con un sello. ¡Qué gozo cuando me dejaba mi madre usar el sello y estamparlo sobre el renglón del sobrecito blanco!

Pero es que la cosa mejoró. Al cabo de un tiempo mi madre pasó a trabajar al bibliobús. Puede que alguno de vosotros, los que vivís en localidades muy pequeñitas, sepáis qué es el bibliobús. Algún día al ir al cole por la carretera de Villabañez me lo he cruzado. El bibliobús es la alegría de los pueblos pequeños. Lleva libros por todos los rincones de Castilla y León. Bueno, no hay sólo uno ¡hay varios bibliobuses, por supuesto! En cada provincia unos cuantos. El de mi madre visitaba pueblos de la provincia de Palencia. Y cuando todo empezó, las normas de circulación eran más relajadas que ahora, por lo que permitían "invitados" en el vehículo. Así que, de vez en cuando, yo me apuntaba.

Gerardo era el conductor. Un señor con bigote, bastante serio, que a mi me daba un poco de miedo. Mi madre se sentaba en el otro asiento, ya que el bibliobús solo tiene un asiento para la persona que conduce y otro para la bibliotecaria o el bibliotecario. Entonces yo me plantaba en una especie de cajón que había entre estos asientos, bien delante, con todo el paisaje de Tierra de Campos, o la Vega de Saldaña, o el Cerrato... ante mis ojos. Cada vez que llegaban a un pueblo mi madre cogía una especie de micrófono que activaba la megafonía y decía, para que los habitantes del pueblo lo oyeran: "¡Buenos días vecinos de (el nombre del pueblo que fuera)! El bibliobús acaba de llegar a esta localidad palentina. Todos los interesados en el préstamo de libros, pueden pasar por la plaza donde permaneceremos 30 minutos". El lugar podía cambiar. A veces en vez de ser la plaza era otro sitio parecido, y también cambiaba el tiempo que el bibliobús estaba allí parado. Obviamente, en los pueblos más grandes, donde había más afluencia de público, se quedaban más tiempo que en los pequeños.

Recuerdo las caras felices de la gente al ver llegar los libros. Subían sonrientes, mi madre recogía los libros que venían a devolver y les daba recomendaciones para un nuevo préstamo. Conocía a todo el mundo, y sabía lo que a cada cual le gustaba. Era maravilloso ver cómo la querían, y cómo ese pequeño gesto de llevar lectura a lugares recónditos, algo olvidados por aquellos que vivían en las grandes ciudades, les hacía sentirse valorados e importantes por un momento.

Por todo esto, yo siempre relaciono los libros con la felicidad. Hoy, día del libro, miro a mi alrededor y veo mis estanterías llenas de volúmenes, unos grandes, otros pequeños, con ilustraciones, con tapas duras o blandas, todos diferentes, y todos especiales. Los miro y cada uno me hace recordar cuándo lo compré, o quién me lo regaló, cuándo lo leí, y lo que me hizo pensar o sentir. Los libros siempre nos arropan, nos enseñan, nos acompañan. Espero y deseo que en vuestra vida encontréis muchos libros y sepáis darles el lugar que cada uno merece.

De momento, yo os regalo estos tres, con todo mi cariño.
Un abrazo,
Beatriz



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